Cuando la diferencia de ingresos entre las rentas más altas y las rentas más bajas empezó a crecer de manera desmesurada la “desigualdad” como concepto se volvió “atractiva” para la teoría e incitó a miles de personas a debatir sobre este complejo asunto. Por supuesto, los argumentos que se esgrimen a la hora de tratarla son variados. La corriente “moral” defiende que esta diferencia corresponde a un problema de justicia social: no es justo que haya una brecha tan amplia. La corriente más liberal defiende que la desigualdad no es un problema per se y que habríamos de fijarnos, más concretamente, en la pobreza; en cierto modo, dicen, la desigualdad corresponde a un problema de, literalmente, envidia: que la diferencia sea tan alta corresponde a los niveles de productividad y los trabajadores menos productivos sienten envidia de los más productivos, y, para corregir esta situación, habría una sencilla solución, esta es, aumentar la productividad. Son dos corrientes (si podemos llamarlas como tal). Pero quizá deberíamos centrarnos, más apropiadamente, en términos estrictamente económicos. La diferencia, abrumadora, entre rentas supone, efectivamente, un problema de eficiencia. O, mejor dicho, de ineficiencia. Para enfocar este post deberíamos aclarar varias cosas. En primer lugar, la relación eficiencia – desigualdad toma un cariz diferente dependiente de la renta del país del que hablemos, esto es, no será la misma en países desarrollados que en países en vías de desarrollo. Segundo, tratamos el enfoque de un país de una renta similar a la de nuestro país para acotar y hacer más fácil el estudio.
Resulta sin ninguna duda interesante, entonces, establecer esta posible e incipiente relación entre desigualdad e ineficiencia. Para ilustrarlo mejor vamos a representar un círculo de circunstancias con tres “actores”: la renta, la educación y el empleo – como se puede observar en la Figura 1.
Lo que se pretende explicar es lo siguiente. Consideremos una persona cualquiera que poseerá un nivel de renta determinado. A mayor renta, mejor educación o mayor educación – esto es particularmente cierto cuando, implementada la consolidación fiscal, el precio de los servicios públicos que pretenden ofrecer formación aumenta desplazando a determinadas personas que no poseen la renta requerida fuera del disfrute de estos servicios; en otros países, como por ejemplo EEUU, las mejores universidades cuestan miles de dólares al mes, lo que impide que muchas personas con rentas bajas puedan acceder a ellas; también es posible que si aumentan los precios, ni siquiera se pueda acceder a la enseñanza superior – y, entonces, a menor renta, peor educación o menor educación. ¿En qué resulta esto? En peores empleos, en términos de salarios. Peores empleos, además, conllevan una disminución de la renta, lo que convertirá este problema en algo generacional, pues al poseer una renta baja, sus hijos tienen más posibilidades de tener una peor educación que si la renta fuese mayor; o, en el caso contrario, mejor educación, mejores empleos y más renta, lo que, generacionalmente, permite una mayor o una mejor educación. Esta podría ser una manera de transmisión generacional de la desigualdad explicada de una manera muy simple.
Pero, ¿dónde entra el factor de la ineficiencia? En términos estrictamente económicos se produce a lo largo de todo el círculo. Como peores empleos (en términos de salarios) suponen una menor renta, el consumo será menor. Además, en perspectivas de incertidumbre (“¿Podrá mi hijo acceder a la educación superior (universidad) con mi renta actual?”) los agentes tienden a ahorrar para situaciones futuras antes que gastar, por lo que aumentará el ahorro y disminuirá el gasto. Esto también afecta a la demanda agregada y, por lo tanto, conlleva una ineficiencia: muchos posibles consumidores están dejándolo de hacer ahora (consumir) para hacerlo en un futuro por la incertidumbre sobre este. Así, la desigualdad de oportunidades, esta desigualdad, afecta plenamente al crecimiento económico del país del que estemos hablando. Al fin y al cabo se trata de un problema de demanda: si la renta de la mayoría de la sociedad se estanca o desciende mientras suben los precios o se mantienen, el poder adquisitivo disminuye o se mantiene, provocando un aumento o un mantenimiento del consumo de las rentas más altas y un descenso del consumo de las clases medias y bajas. Así, las oportunidades, actualmente, podrían empezar a no estar determinadas por el esfuerzo y la habilidad y depender, en mucha mayor medida y en primera instancia, del nivel de renta, lo que supone un problema. pues, como ha sido explicado anteriormente, se vuelve a reiniciar el círculo vicioso.
Introducir el problema del nivel de educación cuando hablamos de la relación entre desigualdad y la ineficiencia económica es más que relevante. Según la Bureau of Labor Statistics en 2009, el salario semanal medio de un graduado de universidad era de $1025 mientras que el de una persona con nivel de enseñanza medio era de $626. Esto implica que entre ambos hay una diferencia de $399 – ajustado a la inflación y para trabajadores a tiempo completo. ¿Quién será más propenso a aumentar la demanda potencial? Si estableciésemos un modelo muy simple podríamos aclarar que a mayor renta, mayor demanda. De nuevo, menor renta, menor demanda. Y como en la brecha de renta dada suele haber más personas con una renta escasa que personas con una renta amplia, a más desigualdad menor demanda y entonces menor demanda provocada por la desigualdad es resultado de una ineficiencia económica – los recursos no se están asignando de manera eficiente. Al fin y al cabo, la desigualdad existente demuestra que los mercados por sí solos no son capaces de corregir el fenómeno de la asignación ineficiente (inefficient allocation phenomena) de los recursos.
De cualquier forma, tratamos la desigualdad en términos económicos para alejarnos de las posibles críticas que se pudiesen derivar de defender una reducción de esta simplemente por justicia o moral. Ciertamente, ambas son relevantes. Pero aún defendiéndolas, podríamos centrarnos en el plano estrictamente económico: si, como hemos dicho antes, las oportunidades no dependen de esfuerzo o habilidad, se deshecha (conllevando una mayor ineficiencia) capital humano, lo que afecta a las actividades económicas y, entonces, a la economía en su conjunto. Además, respecto a los incentivos, si todo depende del nivel de renta, familias con bajo nivel de renta no estarían incentivados a intentar que sus hijos ascendiesen en la escalera social – el “efecto renta” les haría permanecer estancados con un nivel de renta fijo durante varias generaciones: podrían no haber incentivos para que esto cambiase. Sea como fuere, parece ser que el ascensor social está, como poco, “estropeado”. Lo que se necesita es una reducción de la desigualdad porque provoca ineficiencia. Pero, sobre todo, se necesita más investigación sobre este asunto.